No se desaliente: no tenemos la educación pública que
quisiéramos (a pesar de la aireada campaña "ni un niño sin
ordenador") pero usted puede enseñar a su hijo a no despreciar el
conocimiento. No se desanime: es probable que la buena educación le haga sentir
a su hijo como un raro en determinados ambientes, pero superados esos
desajustes no habrá en el futuro estrés postraumático. No deje para otros lo
que puede hacer usted; no tiene por qué esperar, por ejemplo, a que en los
colegios se enseñe a comer saludablemente; sienta como una vergüenza personal
que en un país mediterráneo como el nuestro haya niños obesos; actúe, no es tan
difícil, se trata sólo de enseñarles a comer como Dios. No se acompleje; no
pasa nada porque vigile de cerca a su hijo adolescente, se ha hecho toda la
vida sin pensar que se atentaba contra ningún derecho fundamental. No tenga
miedo a racionar la televisión. No tenga miedo a asomarse a la habitación de su
hijo, no se trata de espiar sino de proteger. No quiera ser como su hijo, no se
juvenilice, él necesita sentir que está guiado por adultos. No tema decirle que
está en contra del botellón y de los encierros, es bueno que él sepa
lo que usted los detesta. Y por supuesto, no se apunte a un encierro por
acompañar al niño, ahí sí que está usted perdiendo la cabeza y adiestrándole en
la brutalidad. Hágale saber que tiene deberes con la sociedad, y si no quiere
usar la palabra "sociedad", por ser algo abstracta, hágale saber que
tiene deberes con seres concretos. No se deje estafar por esta especie de
catastrofismo que nos arroja a pensar que, como todo es un desastre, nosotros,
individualmente, no podemos hacer nada. Su desánimo tiene un componente de
imperdonable pereza: si ha tenido hijos, sea padre, sea madre. ¡Ejerza! La
mejor herencia que podemos dejar en este mundo grosero es la buena educación.
Por Elvira Lindo en El País
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