El 31 de enero de 2012, el ministro de Educación, Cultura y
Deporte, José Ignacio Wert, soltó, en sede parlamentaria y sin ruborizarse ni
nada, que la “educación
de 0 a 3 años no es educación, sino básicamente conciliación” (diario
de sesiones del Congreso, páginas 34 (final) y 35). Fue en la Comisión de
Educación del Congreso de los Diputados, en una comparecencia para esbozar los grandes
rasgos de una reforma educativa que incluye, aunque aún no está en
vigor, entre otras cosas, la eliminación de la asignatura de Educación para la
Ciudadanía. Un poco después de aquello comenzaba yo un proyecto sin tener muy
claro a dónde me podía llevar. Me ha llevado, finalmente, al puerto que se
esperaba: el nacimiento de una criatura, Anécdotas de guardería, mi primer
libro.
El proyecto de libro implicaba, principalmente, ponerme en
contacto con cuantas escuelas infantiles de toda España fuese capaz,
asegurarles que era quien decía ser y, una vez creído, convencerles de que me
contasen las historias que con mayor intensidad se hubiesen grabado en su
memoria. Por dramáticas, por divertidas, por tiernas, por llamativas, por
divertidas, por emotivas, por lo que fuese. Como les decía en un correo
explicativo: “os pongo a hacer memoria, ya me perdonareis”.
Y no fueron pocos los que me perdonaron. María, Mary Cruz,
Javier, Gemma, Gema, Blanca, Miriam, María José, Ana, Paula... Perdonad que no
os nombre a todos, pero a todos os estaré eternamente agradecido -y mi madre
también. Fueron ellos -bueno, ellas, casi totalmente- los que han hecho posible
que el libro esté en la calle, junto con el otro lado, Carmen y María, de
Ediciones B.
Con las historias que han tenido a bien dejarme en las
manos, me he reído, estremecido, sorprendido, asustado; me he llevado las manos
a la cabeza o he dudado, incluso no he creído; con algunas hasta he llorado. Y
he aprendido un montón, no tanto sobre niños, que también, sino sobre todo
sobre las escuelas infantiles, sobre un trabajo que muy pocos de los que somos
padres seríamos capaces de hacer -a ver, el valiente que se atreva a meterse
ocho horas en una clase con 18 o 20 niños de 2-3 años, que levante la mano-; un
trabajo que implica una responsabilidad enorme -pensemos en accidentes, sangre,
atragantamientos, alergias...-; un trabajo que implica aguantar a mucho adulto
impertinente, bocazas, inseguro, tarugo...; y un trabajo que tampoco está ni
mucho menos bien pagado y que requiere un título, una formación.
Y un trabajo, en fin, que resulta en pequeñines de tres años
- o casi- que inician el colegio distinguiendo el color rojo del azul, el
cuadrado del triángulo, que son capaces de comer solos -aunque no lo hagan
tanto como nos gustaría-, que saben pedir las cosas por favor, dar las gracias
y pedir perdón -aunque no lo hagan tanto como nos gustaría-, que son capaces de
cantar canciones, ejecutar bailes y recitar algunos versos, que saben qué
muñequito del semáforo les dice cuándo cruzar la calle, que respetan
turnos a la hora de jugar, que trabajan rudimentariamente en equipo; que
incluso, a veces, saben leer o contar rudimentariamente, que saludan, que
respetan. En una palabra, señor Wert, educación.
Y no es que lo diga yo, que al fin y al cabo, ¿quién soy?
Otros, mucho más versados que yo en la materia, ya lo han hecho, como Dino
Salinas, profesor de Magisterio de la Universidad de Valencia, que escribió
este artículo en EL PAÍS al poco de las desafortunadas palabras del ministro. Y
también algunos de los maestros que me regalaron sus historias, que me
trasladaron la frustración que les dejó la intervención parlamentaria, cuando
llevan años luchando por que se reconozca y valore la dimensión educativa de su
labor, a la que acompaña una asistencial, también, a qué negarlo. Muchos de
ellos intentan desterrar una palabra de nuestro lenguaje: guardería. Porque los
centros en los que trabajan no son aparcamientos de niños donde se les mantiene
con vida y en condiciones higiénicas aceptables. Ellos trabajan en escuelas
infantiles. Y la ley les da la razón, al menos la que está actualmente vigente,
la Ley
Orgánica de Educación de 2006, cuyo artículo 12 dice textualmente: La
educación infantil constituye la etapa educativa con identidad propia que
atiende a niñas y niños desde el nacimiento hasta los seis años de edad”. Otras
leyes educativas aprobadas desde la transición iban por idénticos derroteros.
Por eso decía al principio lo del incierto destino del viaje
en el que me embarqué, para sufrimiento de los míos, el año pasado. Porque la
idea principal del libro era echar un vistazo al interior de las escuelas
infantiles -aunque se llamen guarderías en el título, cosas del uso del
lenguaje- a través de pequeñas historias, para echar un poco de luz sobre lo
que hacen dentro nuestros hijos, que no siempre estamos en condiciones de
saberlo. Pretendía coleccionar hazañas y absurdos, mover a la risa, siquiera a
la sonrisa. Espero haberlo conseguido, hay quien me dice que sí. Pero también
me he encontrado, y muy a gusto, reivindicando con él un trabajo y a quienes lo
realizan.
Visto en De mamas & de papas
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