lunes, 20 de mayo de 2013

Una mirada a la educación infantil


El 31 de enero de 2012, el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, soltó, en sede parlamentaria y sin ruborizarse ni nada, que la “educación de 0 a 3 años no es educación, sino básicamente conciliación” (diario de sesiones del Congreso, páginas 34 (final) y 35). Fue en la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados, en una comparecencia para esbozar los grandes rasgos de una reforma educativa que incluye, aunque aún no está en vigor, entre otras cosas, la eliminación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Un poco después de aquello comenzaba yo un proyecto sin tener muy claro a dónde me podía llevar. Me ha llevado, finalmente, al puerto que se esperaba: el nacimiento de una criatura, Anécdotas de guardería, mi primer libro.

El proyecto de libro implicaba, principalmente, ponerme en contacto con cuantas escuelas infantiles de toda España fuese capaz, asegurarles que era quien decía ser y, una vez creído, convencerles de que me contasen las historias que con mayor intensidad se hubiesen grabado en su memoria. Por dramáticas, por divertidas, por tiernas, por llamativas, por divertidas, por emotivas, por lo que fuese. Como les decía en un correo explicativo: “os pongo a hacer memoria, ya me perdonareis”.

Y no fueron pocos los que me perdonaron. María, Mary Cruz, Javier, Gemma, Gema, Blanca, Miriam, María José, Ana, Paula... Perdonad que no os nombre a todos, pero a todos os estaré eternamente agradecido -y mi madre también. Fueron ellos -bueno, ellas, casi totalmente- los que han hecho posible que el libro esté en la calle, junto con el otro lado, Carmen y María, de Ediciones B.

Con las historias que han tenido a bien dejarme en las manos, me he reído, estremecido, sorprendido, asustado; me he llevado las manos a la cabeza o he dudado, incluso no he creído; con algunas hasta he llorado. Y he aprendido un montón, no tanto sobre niños, que también, sino sobre todo sobre las escuelas infantiles, sobre un trabajo que muy pocos de los que somos padres seríamos capaces de hacer -a ver, el valiente que se atreva a meterse ocho horas en una clase con 18 o 20 niños de 2-3 años, que levante la mano-; un trabajo que implica una responsabilidad enorme -pensemos en accidentes, sangre, atragantamientos, alergias...-; un trabajo que implica aguantar a mucho adulto impertinente, bocazas, inseguro, tarugo...; y un trabajo que tampoco está ni mucho menos bien pagado y que requiere un título, una formación.

Y un trabajo, en fin, que resulta en pequeñines de tres años - o casi- que inician el colegio distinguiendo el color rojo del azul, el cuadrado del triángulo, que son capaces de comer solos -aunque no lo hagan tanto como nos gustaría-, que saben pedir las cosas por favor, dar las gracias y pedir perdón -aunque no lo hagan tanto como nos gustaría-, que son capaces de cantar canciones, ejecutar bailes y recitar algunos versos, que saben qué muñequito del semáforo les dice cuándo  cruzar la calle, que respetan turnos a la hora de jugar, que trabajan rudimentariamente en equipo; que incluso, a veces, saben leer o contar rudimentariamente, que saludan, que respetan. En una palabra, señor Wert, educación.

Y no es que lo diga yo, que al fin y al cabo, ¿quién soy? Otros, mucho más versados que yo en la materia, ya lo han hecho, como Dino Salinas, profesor de Magisterio de la Universidad de Valencia, que escribió este artículo en EL PAÍS al poco de las desafortunadas palabras del ministro. Y también algunos de los maestros que me regalaron sus historias, que me trasladaron la frustración que les dejó la intervención parlamentaria, cuando llevan años luchando por que se reconozca y valore la dimensión educativa de su labor, a la que acompaña una asistencial, también, a qué negarlo. Muchos de ellos intentan desterrar una palabra de nuestro lenguaje: guardería. Porque los centros en los que trabajan no son aparcamientos de niños donde se les mantiene con vida y en condiciones higiénicas aceptables. Ellos trabajan en escuelas infantiles. Y la ley les da la razón, al menos la que está actualmente vigente, la Ley Orgánica de Educación de 2006, cuyo artículo 12 dice textualmente: La educación infantil constituye la etapa educativa con identidad propia que atiende a niñas y niños desde el nacimiento hasta los seis años de edad”. Otras leyes educativas aprobadas desde la transición iban por idénticos derroteros.

Por eso decía al principio lo del incierto destino del viaje en el que me embarqué, para sufrimiento de los míos, el año pasado. Porque la idea principal del libro era echar un vistazo al interior de las escuelas infantiles -aunque se llamen guarderías en el título, cosas del uso del lenguaje- a través de pequeñas historias, para echar un poco de luz sobre lo que hacen dentro nuestros hijos, que no siempre estamos en condiciones de saberlo. Pretendía coleccionar hazañas y absurdos, mover a la risa, siquiera a la sonrisa. Espero haberlo conseguido, hay quien me dice que sí. Pero también me he encontrado, y muy a gusto, reivindicando con él un trabajo y a quienes lo realizan.

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